De acuerdo con las fuentes más confiables de investigaciones históricas, de crónicas y de relatos, se sabe que el Nuevo Mundo, antes de los viajes de Colón, fue un continente saludable. No había sufrido ninguna de las mortales pestes que azotaron Europa, sobre todo en la Edad Media.
En América no hubo sarampión, ni viruela, ni fiebre amarilla, ni influenza porcina.
La historia de la tragedia biológica del continente empieza con la llegada de Cristóbal Colón, en su segundo viaje. A diferencia del primer viaje con tres pequeñas carabelas, en el segundo viaje participaron tres galeones de gran porte y catorce carabelas, con mil quinientos hombres. Ya no venían los expedicionarios en pos de una ruta hacia el Oriente y las especias, sino en plan de conquista. A más de armas y municiones, traían algunos animales y semillas de plantas. En la quilla de una de las embarcaciones gruñían siete porcinos: seis hembras y un macho, que fueron desembarcados en las playas de la isla Española (Santo Domingo). Los cerdos llegaron enfermos, escuálidos y babeantes. A los pocos días, algunos españoles enfermaron. El propio Colón debió guardar cama.
Uno de los cronistas relata: “Era una enfermedad maligna, contagiosa, febril, de agravación súbita, corto periodo de incubación y alta mortalidad hacia el quinto día”. Así, pues, esta influenza ya era conocida en España y se la llamaba gripe porcina. Desde luego, es imposible saber hoy día, respecto al agente causal, las diferencias en el contenido genético del virus de entonces y el actual. En todo caso, a poco de desembarcar, el germen cobró la vida de algunos expedicionarios. Pero la mayoría sobrevivió por algún tiempo: no de milagro, sino porque en su cuerpo ya poseían las defensas que ahora llamamos inmunológicas.
En cambio, la población nativa sucumbió brutalmente ante la enfermedad. La gente, aunque robusta y saludable como la describió Colón, no disponía de defensas biológicas contra los gérmenes de la gripe porcina. La mortalidad fue altísima. Se convirtió luego en endemia y se propagó por muchas islas del Caribe. Según una investigación poblacional, se estima que en 1496 los habitantes nativos de la Española sumaban 3.770.000. Diez años después la cifra bajó a 92.000, es decir, la población se redujo en más del 97%.
En cuanto a los españoles que fueron llegando en los siguientes viajes, y que sumaban casi 2.000 hacia el año 1502, sobrevivieron apenas 300.
Sin nativos, sin mano de obra sometida y gratuita, les resultaba imposible a los sobrevivientes medrar y prosperar en las nuevas tierras. Pero esto mismo determinó otro trágico periodo histórico, el del tráfico de esclavos negros provenientes del África. Con el despiadado comercio de hombres cazados y transportados sobre todo por esclavistas portugueses, las enfermedades propias del continente africano, aunque más tarde, también llegaron al Nuevo Mundo. Y con ello, los efectos y las secuelas igualmente aciagos, igualmente devastadores
Plutarco Naranjo
El Universo
Guayaquil (Ecuador)
5-05-2009
En América no hubo sarampión, ni viruela, ni fiebre amarilla, ni influenza porcina.
La historia de la tragedia biológica del continente empieza con la llegada de Cristóbal Colón, en su segundo viaje. A diferencia del primer viaje con tres pequeñas carabelas, en el segundo viaje participaron tres galeones de gran porte y catorce carabelas, con mil quinientos hombres. Ya no venían los expedicionarios en pos de una ruta hacia el Oriente y las especias, sino en plan de conquista. A más de armas y municiones, traían algunos animales y semillas de plantas. En la quilla de una de las embarcaciones gruñían siete porcinos: seis hembras y un macho, que fueron desembarcados en las playas de la isla Española (Santo Domingo). Los cerdos llegaron enfermos, escuálidos y babeantes. A los pocos días, algunos españoles enfermaron. El propio Colón debió guardar cama.
Uno de los cronistas relata: “Era una enfermedad maligna, contagiosa, febril, de agravación súbita, corto periodo de incubación y alta mortalidad hacia el quinto día”. Así, pues, esta influenza ya era conocida en España y se la llamaba gripe porcina. Desde luego, es imposible saber hoy día, respecto al agente causal, las diferencias en el contenido genético del virus de entonces y el actual. En todo caso, a poco de desembarcar, el germen cobró la vida de algunos expedicionarios. Pero la mayoría sobrevivió por algún tiempo: no de milagro, sino porque en su cuerpo ya poseían las defensas que ahora llamamos inmunológicas.
En cambio, la población nativa sucumbió brutalmente ante la enfermedad. La gente, aunque robusta y saludable como la describió Colón, no disponía de defensas biológicas contra los gérmenes de la gripe porcina. La mortalidad fue altísima. Se convirtió luego en endemia y se propagó por muchas islas del Caribe. Según una investigación poblacional, se estima que en 1496 los habitantes nativos de la Española sumaban 3.770.000. Diez años después la cifra bajó a 92.000, es decir, la población se redujo en más del 97%.
En cuanto a los españoles que fueron llegando en los siguientes viajes, y que sumaban casi 2.000 hacia el año 1502, sobrevivieron apenas 300.
Sin nativos, sin mano de obra sometida y gratuita, les resultaba imposible a los sobrevivientes medrar y prosperar en las nuevas tierras. Pero esto mismo determinó otro trágico periodo histórico, el del tráfico de esclavos negros provenientes del África. Con el despiadado comercio de hombres cazados y transportados sobre todo por esclavistas portugueses, las enfermedades propias del continente africano, aunque más tarde, también llegaron al Nuevo Mundo. Y con ello, los efectos y las secuelas igualmente aciagos, igualmente devastadores
Plutarco Naranjo
El Universo
Guayaquil (Ecuador)
5-05-2009
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada